domingo, 31 de julio de 2011

"TODO UN PARTO" - De bancarios, banqueros y paritarios...


En los últimos meses vienen sucediéndose, casi diariamente, distintas noticias sobre las negociaciones paritarias. En nuestro gremio, las discusiones entre las cámaras bancarias y el sindicato se encuentran estancadas luego del paro del 28 de abril, que nos dejó bastante tela para cortar (“¿Cómo que nos ofrecen el 24% los ratones estos?”; “¿Llamaron a conciliación obligatoria a pocas horas del paro?”; “¿Cómo que La Bancaria ladró fuerte pero parece que no muerde?”)
El objetivo de esta nota es comentar brevemente qué son las paritarias, cuál es su importancia y cuales son las miradas y prácticas que los trabajadores y trabajadoras bancarios podemos darnos en momentos como éste.





¿PARITARIAS? ¿Y ESO CON QUÉ SE MORFA?
En primer lugar, con mucha paciencia y dientes apretados. En las negociaciones paritarias lo que está en juego no es poco: nuestro salario y nuestras condiciones de laburo.
Las paritarias son un espacio de discusión entre representantes de las patronales y representantes de los trabajadores, con la intervención (supuestamente “mediadora”) del Ministerio de Trabajo. Contra lo que nos suelen decir año tras año, las paritarias no deberían limitarse a discutir solamente el porcentaje de nuestro aumento salarial, sino que lo central en la discusión, además de la cuestión del salario, son las condiciones de trabajo: fundamentalmente, la duración de la jornada laboral (es decir: cuántas horas nos van a hacer laburar cada día) y las características del régimen de categorías (o sea: el escalafón de ascensos y tareas específicas de cada trabajador o trabajadora según su antigüedad o función).
En el gremio bancario, sin embargo, las paritarias están reducidas de hecho a una negociación meramente salarial. Avanzar en otro tipo de discusiones, como las que mencionamos recién, nos llevaría a pensar sobreeee…



NUESTRO CONVENIO COLECTIVO DE TRABAJO (la famosa C.C.T. 18/75, también llamada “La Mudita”)
A partir de mediados de siglo pasado, el movimiento obrero argentino (del cual los bancarios formamos parte) experimentó una serie de avances importantes en lo que hacía a su capacidad de movilización y negociación, para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras. Parte fundamental de estos avances quedaba plasmada en una instancia íntimamente ligada a las negociaciones paritarias: la firma de los Convenios Colectivos de Trabajo. Estos convenios lo que hacían era fijar determinadas condiciones de trabajo para los empleados de una rama específica de la actividad económica (es decir, los metalúrgicos a través de su sindicato negociaban en paritarias su Convenio, los textiles hacían lo suyo por su lado… y los bancarios también).
El último convenio firmado para los laburantes de nuestro gremio fue el decimoctavo de su historia, firmado en 1975 (de ahí su muy romántico nombre: 18/75). Contenía importantes avances para nuestro bienestar en el lugar de trabajo, establecía límites firmes a la cantidad de horas que debíamos permanecer en nuestro puesto y consagraba un sistema de categorías que dificultaba las arbitrariedades de los banqueros (que, como ya sabemos, con el versito de la “polivalencia” suelen intentar hacernos laburar “de todo”, pagándonos como si fueramos… “nada”). Lamentablemente la primavera fue muy corta: a partir del año siguiente y con el comienzo de la sangrienta dictadura militar los trabajadores y trabajadoras de todos los gremios comenzaron a sufrir gravísimas derrotas en lo que hacía a sus posibilidades de bienestar, lucha, y organización.
Comenzaba un período en el cual las negociaciones colectivas pasaban a estar prohibidas de hecho, para que años después, durante la nefasta década de los 90, las patronales nos dieran la estocada final con las épocas de desocupación masiva y  flexibilización laboral.
La llamada flexibilización laboral provocó, además de una mayor explotación en nuestra rutina laboral, la pérdida de puestos de trabajo. El miedo empezó a trabajar en conjunto con la falta de participación. La desocupación, por su parte, destruyó toda idea de estabilidad laboral, que constituye la base para discutir sobre salarios o condiciones laborales: si mañana me pueden rajar al menor problema, ni a palos voy a tratar de discutirle al jefe.
Ante este panorama desolador, muchos sindicatos prefirieron no discutir el convenio que tenían vigente, ya que dada la situación de debilidad en que estaba sumergida la clase trabajadora, cualquier reforma de los convenios iba a ser en un sentido negativo, regresivo. Es decir: en un sentido que perjudicara a los laburantes, perdiendo conquistas y dejando campo libre para los avances de la patronal.
Entre esos gremios que no renovaron su convenio estuvimos (y estamos) los bancarios. Y el problema no es principalmente la no renovación, sino que el convenio vigente es ignorado o “interpretado” arbitrariamente por los bancos a la hora de aplicarlo sobre su personal. Así, por ejemplo, asistimos al auge de las tercerizaciones (en las sucursales de nuestro Banco Ciudad tenemos los casos evidentes y cotidianos de nuestros compañeros y compañeras de seguridad y limpieza, explotados por “cooperativas” truchas) y de los  “premios” por productividad o calificaciones unilaterales de parte de las autoridades, que definen nuestro salario real cada fin de mes.
De ahí que el reclamo por el cumplimiento de la C.C.T. 18/75 esté presente en cada paro, movilización y acción colectiva que encaramos los bancarios: ante las conquistas de nuestros compañeros y compañeras de otras épocas, que en ese Convenio quedaron plasmadas, las patronales hacen oídos sordos. Por eso, a nuestra 18/75 también la llamamos… “La Mudita”.


NINGÚN TÉ CON MASITAS
Para concluir, y volviendo a la definición más específica sobre qué es una paritaria, nos parece importante marcar algo. La idea de un sindicato sentándose a discutir con una patronal, con la supuesta “mediación neutral y desinteresada” del Ministerio de Trabajo, podría llevarnos a creer que una paritaria consiste simplemente en una amena reunión de debate metafísico entre las partes, donde se acuerda ajustar un par de números más o menos y todo queda entre amigos.
Lejos de eso, en las paritarias la dinámica es muy distinta y nosotros lo sabemos por nuestra propia práctica, en la cual hacemos paro y nos movilizamos todos los años por este tema. ¿Qué sentido tendría encarar estas medidas de fuerza si todo fuera simplemente un “diálogo”, una conversación en pos del “consenso” entre las partes?
Detrás de cada ministro de Trabajo está el Estado, ámbito en el cual los dueños de la riqueza suelen tener mucha más influencia que quienes trabajamos día a día para producirla. Detrás de cada patronal, está la necesidad mantener a raya a los laburantes, para que no “meemos fuera del tarro” y les arranquemos concesiones que los obliguen a redoblar esfuerzos para garantizarse su bienestar y el de su empresa como competidora en el mercado.
Detrás de cada sindicato, finalmente, existen reivindicaciones colectivas que llevan adelante los trabajadores. Junto con el derecho a huelga, las paritarias constituyen una de las instancias que existen para llegar a un acuerdo en lo salarial y en las condiciones laborales. Estas son un derecho fundamental dentro de la libertad sindical y son fundamentales para abordar problemáticas que tienen que ver con nuestro laburo día a día. En este sentido, es clave nuestra participación activa como laburantes en la construcción de herramientas que nos permitan incidir más y mejor en la discusión de las paritarias, apoyando o presionando (según el caso) al sindicato para que nos represente genuinamente, a nosotros y a nuestras demandas.
Las paritarias son esenciales para la exposición de nuestras necesidades y reclamos, pero quizás el mayor valor que puedan poseer es el de abrir la cancha para que nosotros, los laburantes, nos reconstruyamos como colectivo, como actor que presiona para que las negociaciones se lleven a cabo en un sentido liberador para quienes vivimos de nuestro trabajo.


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