Ágata, una sencilla mujer empleada de un banco, se ve enredada en un misterioso caso de una cuenta en dólares que aparece repentinamente. Empantanada en los oscuros pasillos de la burocracia bancaria, intenta poner luz a un caso que hace peligrar su vida
Esa tarde no pudo dejar de pensar en Juan Esteban. En ese encuentro casual, en esa misión que le había encomendado el destino, en lo fuerte que se había puesto con el tiempo su primer novio, en lo que él habrá pensado de ella y finalmente en que haría todo lo posible para que él pudiera sacar el dinero. Porque en verdad, ella tampoco estaba de acuerdo con la institución en esos casos, al contrario de algunos cuantos compañeros. De la forma burocrática con que se resolvían algunos temas, si bien no era un almacén, y no se puede dar de fiado, tampoco se le puede hacer la cuestión tan complicada a cada uno que se presenta, y ella sabía mejor que nadie que muchas veces tenia que ver con la voluntad del que estaba sentado en el escritorio. Con lo que termino de resolver, que por una cuestión casi moral, haría todo lo que estaba a su alcance y más, para poder ayudar a su amigovio de la infancia a resolver su problema.
Se metió inmediatamente en la base de datos de clientes y comenzó a buscar por nombre y apellido al padre de Juan Esteban, que casualmente llevaba el mismo nombre que él, pero con veintitrés millones de diferencia en la numeración del documento.
Ella no sabía mucho de la vida de Juan Esteban, pero él le había contado esa mañana que su padre tenía una diferencia de edad considerable con su madre, casi como veinte años. Se habían conocido en Estados Unidos. Ella viajaba con una amiga, en una salida de aventuras, a Disney y a las hermosas playas de Miami. Él era en ese entonces, gerente y accionista del hotel donde ella se hospedaba. Juan Esteban padre, estaba solo y deprimido de la vida empresarial que llevaba, sin amor ni familia. Había dedicado la mayor parte de su vida a los negocios cuando la conoció a Cristina, tan hermosa y joven que era irresistible. Fue amor a primera vista. Vivieron unos meses en Miami hasta que por medio de sus contactos empresariales pudieron acomodarse en Buenos Aires, donde nació su primogénito, Juan Esteban hijo.
Ágata entro al sistema de red de informaciones y encontró la famosa cuenta en dólares, saco el histórico de los movimientos, vio el nombre de la fulana que Juan Esteban le había dicho, anoto todos sus datos en el taco del escritorio e imprimió todo lo que iba encontrando. Con tal frenesí para la tarea intrascendente que estaba llevando a cabo, que cualquiera que la viera diría que estaba loca. Pero eran tan solo los primeros datos de lo que seria una larga historia. Le produjo adrenalina pensar en toda la información que podría recaudar, que debía ver hacia donde se disparaba el caso. Entonces pensó en lo primordial, lo que cualquier supervisor le hubiese dicho. Debía primero que nada contactarse con aquella fulana, cerciorarse por sus propios medios de que aquella mujer no existiera. Inmediatamente se le ocurrió pensar en qué le diría si en verdad existía. Como la pondría al tanto de que en el Bank of the Village tenía cien mil dólares por cobrar. Nada mas ni nada menos! La mujer se moriría de un infarto o vendría inmediatamente a cobrarlos sin dar aviso a nadie. Había que tener mucho tacto a la hora de contactarla, qué decirle, como persuadirla. De eso se encargaría Juan Esteban o su abogado en todo caso. Para cerciorarse debía ella misma inventar alguna excusa tonta por la cual la llamaba, pero no tan tonta como para poder seguirle el rastro.
Mientras hacia una lista mental de las excusas con las que podía persuadir a su interlocutor telefónico, examinó detenidamente el listado de últimos movimientos. La cuenta se había abierto hacia seis años, marzo del 2005. Ágata reparó en el hecho de que seguramente ella debería haberlo atendido al Sr. Juan Esteban, porque hacía exactamente seis años que ella trabajaba para la institución en la misma sucursal y él había fallecido hace unos cinco años. Intentó hacer un boceto en su cabeza de cómo sería la cara de Don Juan Esteban, ella no lo conocía personalmente, pues era la madre quien se encargaba de llevarlo a la escuela y retirarlo cuando era un niño. Se dio cuenta que su esfuerzo mental no tenia sentido. En el inmenso archivo de la sucursal debería estar el legajo de la cuenta con la fotocopia del documento. Decidió dejar de perder el tiempo, guardó todo en una carpeta amarilla y salió en dirección a la puerta del sótano. Miró su reloj y daban las cinco, le quedaba exactamente quince minutos para seguir jugando al detective.
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