Ágata, una sencilla mujer empleada de un banco, se ve enredada en un misterioso caso de una cuenta en dólares que aparece repentinamente. Empantanada en los oscuros pasillos de la burocracia bancaria, intenta poner luz a un caso que hace peligrar su vida
Capitulo III "El Sótano"
Un sudor frío le cayó en el cuello. Subió rápidamente las escaleras y quiso gritar, pero a causa del espanto y el shock no le salía la voz de la garganta. Golpeó la puerta con la carpeta amarilla q llevaba en la mano y los papeles que estaban dentro se dispersaron por el piso, pateo la puerta con la punta de los zapatos y se quedo un momento en silencio para intentar escuchar si alguien venía por el camino. Escucho a lo lejos unos pasos, unas llaves. Se imaginó la pesada reja de hierro que se cerraba. Silencio. Deben ser las cinco y cuarto, pensó. Se desesperó y le salió la voz angustiosa como en un llanto: ¡Marcelooooo! ¡Marcelo por dios!
El archivo estaba a tres pisos de diferencia de la entrada principal del banco, al lado de las cajas de seguridad, lo que lo convertía en un espacio aislado y hermético. Volvió a gritar en vano, el gerente apretaba el código de la alarma central dispuesto al lado de la puerta de salida y saludaba al último empleado que desaparecía entre la multitud del microcentro. Ágata quiso seguir gritando para desahogar la angustia, pero se le ocurrió que era más inteligente pensar de qué manera podía salir de ahí. Golpeó con todo su cuerpo la puerta y esta apenas se agitó.
Se sacó del pelo una hebilla y empezó a forzar la cerradura. Lo había visto en tantas películas que en verdad dudaba de la eficiencia de una hebilla, son ese tipo de cosas que en la realidad nunca funcionan, pensó, como cuando los villanos logran engañar a la policía en las películas de acción. Los ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo ver que en una de las bibliotecas había un lapicero, revolvió los útiles y encontró un cúter. Con el cúter entre la puerta y la pared a la altura de la cerradura haciendo palanca y con la hebilla forzando la rosca hacia todos los lados, la perta cedió y se abrió suavemente en la oscuridad del tercer subsuelo. Salió corriendo en dirección a las escaleras y la alarma ensordeció al barrio entero. Recordó que aquella noche tenía una cita en el after office de la calle Reconquista, iba a llegar tarde. Olvido la carpeta amarilla en el sótano. Fue directo a buscar su cartera y el celular, a esperar cerca de la puerta a que llegara la policía para abrirle por fin la puerta de salida.
En el próximo número... Capítulo IV: “La muerte”
No hay comentarios:
Publicar un comentario