miércoles, 8 de febrero de 2012

La Bancaria - Novela web (capítulo 5)

Esa mañana Ágata se despertó decidida a organizar la información. Frente al capuchino humeante y con un block de hojas sobre su escritorio, se dispuso a ordenar las ideas y los pasos a seguir. Llamaría a la oficina de Legales para interiorizarse de cómo se procedía, le comentaría al gerente quien seguro tendría más experiencia en casos parecidos, armaría un legajo con toda la información que le brindara el sistema y por último, buscaría los datos de la segunda titular, teléfonos y domicilios para poder contactarla.

Buscó con la mirada el taco sobre el escritorio donde el día anterior escribió las anotaciones y para su sorpresa encontró una anotación adicional con una letra confusa pero legible. Su mirada quedo inmóvil, perpleja sobre aquel papel amarillo que le dictaminaba. La sorpresa se convirtió en gracia. La gracia en miedo. El miedo en angustia y por fin en horror. Su cara se fue transformando y miró a su alrededor extrañada. Enfrente suyo Alejandro contaba las monedas de la caja para preparar la apertura, Cándido caminaba y hablaba por el radio a la central de seguridad anunciando “todo en regla”, Nicolás apilaba carpetas en su escritorio como si formara una muralla, todos parecían sumidos en su tarea habitual sin reparar en lo extraño de aquella mañana. Volvió al papel amarillo sobre el taco. Lo releyó en silencio: “Olvidarlo va a ser mejor que encontrarlo. Por tu bien, dejá todo como estaba” ¿Qué quería decir “olvidarlo”? ¿Olvidar a quién o a qué? ¿Por qué iba a ser mejor dejarlo todo como estaba? Sea lo que sea, terminaba la frase de un modo amenazante. Y en tal caso. ¿Cómo sabía el amenazador que ella estaba trabajando en esto, si todavía no se lo había comentado nadie? Recordó inmediatamente la carpeta amarilla del sótano. Salió apresurada a buscarla para no dejar más evidencias. Faltaban dos minutos para la apertura. Nicolás odiaba que desapareciera justo cuando estaban por abrirse las puertas. La miro con desprecio cuando la vio levantarse del escritorio.

Ágata: Ya vengo Nico, son dos minutos, voy a buscar una carpeta que me olvidé.

En eso el malón de gente atravesó la puerta de entrada y ella se mezcló con la multitud que la llevaba por delante. Una persona la frenó para preguntarle algo sobre las cajas y otro que la vio parada aprovecho para preguntar también. La sucursal ya estaba en pleno funcionamiento. Ágata logró se deshacerse de la gente y se apresuró a bajar hacia el subsuelo. En la escalera del segundo subsuelo se topó con Ernesto, a quien no veía desde octubre del año anterior. Ernesto subía las escaleras y le sonreía. Ágata le devolvió la sonrisa.

Ágata: ¡¿Ernesto?! ¿Qué haces acá?
Ernesto: Vine a ver a una de las cajeras, a Maira, viste el problema que tiene…

Ágata lo miró con sorna y recordó porque se habían peleado la última vez. Ernesto era de la gremial, se habían conocido en medio de una manifestación en la que participó sólo porque la sucursal entera estaba allí. Por lo general no le gustaba mezclarse en esos asuntos. Esa tarde Ernesto no se le despegó un segundo. Después de esa tarde, no existía  un día en el que no se vieran. El amor duró dos meses. A Ágata le resultó divertida la idea de salir con un muchacho rudo y gremialista, pero con el pasar de los días se dio cuenta que no era a la única que le resultaba divertido.    
Ernesto la agarró de la cintura para darle un beso en la mejilla y en cuanto la tuvo frente a frente la miró a los ojos.

Ernesto: ¿Y vos? ¿Cómo estás?

Ágata sin poderse resistir a sus profundos ojos verdes, miró hacia el suelo vergonzosa.

Ágata: ¡Bien! Bah… Justo que te veo ahora… Tengo que contarte algo que me acaba de pasar. Pero no te lo puedo decir acá. Además se está llenando de gente y tengo que ir a buscar ya una carpeta. 

Ernesto: ¿Te paso a buscar a la tarde o nos encontramos en algún lado?

Ágata sintió por un momento que aquella cita iba ser una perdición, volver al pasado no era su estilo. Pero rápidamente se le acomodaron las ideas al imaginarse al resguardo de un hombre fuerte que la protegería tras aquella amenaza.

Ágata: OK. A la 5.30 en Le Bar.

Bajó corriendo las escaleras. Abrió la puerta del sótano y otra vez se sintió paralizada al no encontrar rastro de la carpeta amarilla ni de los papeles del día anterior.

En el próximo número... Capítulo VI: “Al trote”




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